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Una familia con discapacidad

El miedo, el fracaso y el olvido desafían a la familia contemporánea en Mi hijo solo camina un poco más lento, puesta de Fito Valles.

Publicado: 2019-10-29

La familia de Branko trata de sobrellevar una enfermedad que lo ha postrado en una silla de ruedas de por vida. El día a día de sus integrantes es un constante esfuerzo por transcurrir en medio de lo normal, en lo convencional, pero saben que es tan solo un intento cada vez más cansador. En ese contexto, Branko cumple 25 años y, aunque trate de sentirse un chico común, se da cuenta que su estado es tan solo un detonante. Su entorno gira sobre particulares situaciones que irá descubriendo en su deseo por sentir que todo está bien.  

Del joven dramaturgo croata, Ivor Martinić, Mi hijo solo camina un poco más lento, es una aproximación a una familia atravesada por el miedo a enfrentar el rechazo y la diferencia frente al ímpetu de la juventud, la vejez refundida en el olvido y el insostenible desamor que desgarra por dentro a cada uno de sus integrantes. Una familia fragmentada por la mentira, como recurso para mantener un estatus quo que acaba siendo cruel y represor. Es la metáfora de aquel globo que, inflado excesivamente para el entretenimiento, acaba por explotar en la cara y cuyo estruendo antecede a un silencio inesperado, pero liberador.

La puesta de Fito Valles está hecha a la medida de la obra: sincera, mínima, tierna, testimonial y sin bambalinas. De la mano de un humor finamente tejido con elementos locales y referencias tan propias, el guión interpela, desafía, hinca y te bota al centro del escenario del miedo y la ausencia: dos ejes que oprimen insistentemente nuestra cotidianeidad. Un hábitat donde la única noción de familia es todo aquello que no represente el fracaso, ni en la realización personal, ni frente a las convenciones sociales. El terror a la soledad invade el escenario sombrío en el que se sumergen los personajes y desde el que observan, junto con el espectador, la fragmentación humana, una miseria que pareciera no tener otro fin que la solitaria muerte y el olvido. El elenco, sin duda, hace posible esta complicidad y supera el encargo de provocarnos una introspección y el reconocimiento de nuestras propias inquietudes y carencias.

el guión interpela, desafía, hinca y te bota al centro del escenario del miedo y la ausencia.

Mi hijo solo camina un poco más lento es una efectiva mirada a la familia sin dejar de promover un reojo necesario a la sociedad tan preocupada por las apariencias, por la vida performada para una selfie, tan marcada por el deseo de aceptación y tan carcomida por el miedo a amar y/o fracasar sin ser condenado. Es un reencuentro con la simplicidad de un joven frente a la vida que le toca, con la esperanza de caminar sin tropezar, tan solo abrazado al anhelo de vivir.

Va de jueves a domingo, hasta el 15 de diciembre, a las 8 p.m., en el Centro Cultural Ricardo Palma (Miraflores).


Escrito por

Kristhian Ayala Calderón

Comunicador social y profesor universitario. Magíster en Estudios Culturales. Jefe de comunicación corporativa. Historias urbanas.


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