Cumplo un viejo sueño universitario al visitar la casa de Víctor Delfín y entrevistarlo en su taller, invadido por sus obras –aún en proceso- y el Pacífico entrando por las ventanas con su sensación de infinito. Y no es menos propicia la fecha: el maestro acaba de cumplir 90 años y es de los pocos representantes de una generación de creadores cuya vigencia recae en sus incesantes manos.
De Lobitos a Barranco

Nació un 20 de noviembre de 1927 en Lobitos, una tierra de pescadores que conocía las bondades de la extracción del petróleo en las profundidades del mar. “Lobitos, era un enclave inglés y todo venía de afuera: la ropa y los alimentos. La gente se ríe cuando les digo que no soy piurano, sino inglés, de una colonia inglesa (ríe). Nuestros padres no pagaban agua, luz, todo era gratis, incluso la escuela, hasta la primaria, era gratis y con buenos profesores. Era una época en que, por suerte, no había televisión, ni radio y habían muchos libros”, recuerda.  

En los años 40, Delfín llega a Lima y conoce una ciudad que transita entre la influencia del surrealismo, el indigenismo y el inicio de la gran migración a la capital. “Lima era una ciudad absolutamente distinta. Cuando salíamos de la Escuela de Bellas Artes, en la avenida Abancay, a las 8:30 de la noche, no había un solo auto, había muy poca gente y entonces transitábamos cantando tangos y boleros a toda voz, luego nos íbamos a la Plaza San Martín que era el corazón de Lima, Lima era nuestra en esa época, ahí era fácil encontrarse con todos los intelectuales. Sabíamos dónde estaban los pintores, en el café tal; dónde estaban los actores, en el otro bar; dónde estaban los periodistas, los estudiantes, etc.; conocíamos todos los sitios y la gente más movida estaba en Palermo. Vargas Llosa pasó alguna vez por ahí, aunque él es mucho menor que nosotros. La plaza San Martín era el centro cultural, realmente la universidad era la Plaza San Martín porque uno se encontraba con actores, pintores, con poetas, con arquitectos, en fin toda la juventud promisoria de aquella época. Entonces uno se nutría conversando, se hablaba de novelas, de política, de pintura, de teatro, de todo; eso era lo interesante”, recuerda con ese brillo en el rostro de quien vuelve a vivir cada detalle.

La casa museo

“Yo llegué a esta casa y la volví un espacio para mi creación. El mar siempre ha sido mi inspiración y llegar aquí no ha sido la excepción”

Víctor Delfín ha hecho de su casa un espacio singular en Barranco. Enclavada al borde del acantilado, esta se ha convertido en su taller y museo, un espacio que lleva en cada rincón su sello creativo. La sensualidad que caracteriza las líneas de Delfín, la voluptuosidad y los colores cálidos contrastan con las ondas del mar que se ve desde cualquier rincón de la casa, como con ese gris cielo limeño que nos cubre gran parte del año. El maestro no ha dejado de ser el niño que se hizo hombre frente al mar de Lobitos. “Yo llegué a esta casa y la volví un espacio para mi creación. El mar siempre ha sido mi inspiración y llegar aquí no ha sido la excepción”. Y desde esa hermosa casa recuerda su infancia particular: “teníamos una formación que nos permitía leer y aprender, por suerte no había televisión, ni radio y habían muchos libros, así como ven ahora [señala los libros de su sala] lleno de papeles, de revistas, que, como uno se aburría, se ponía a leer, entonces el entretenimiento era la lectura y los padres que le daban a uno todo el tiempo. La televisión ha arruinado un poco ese sentido fraternal que había en las casas. Se pierden estas cosas y se ganan otras, dependiendo del uso que les demos. En realidad, el smartphone es una enciclopedia maravillosa, pero no se usa tanto para esto”. 
La política y la cultura, según Delfín.
Cuando en los años 90 nos deslumbraba el anhelo de recuperar la democracia y nos movía la indignación por esa corruptela enquistada en el poder, verlo ser parte de la protesta era un enorme aliento. Pocos artistas se sumaban a esa lucha y Delfín aparecía encabezando marchas y cruzadas que despertaron y animaron a miles de jóvenes a inundar las calles contra el régimen de Alberto Fujimori y Vladimiro Montesinos. Ya entrado los años 2000 cae la dictadura y lo vemos en la emblemática Marcha de los cuatro suyos. Cuando recuerda este episodio siente que pudo haber hecho más tras la marcha y luchar por reivindicar la cultura en un país que rechazaba la corrupción y la indignación se apoderaba de las masas: “La marcha no solo fue de Lima, fue de todo el país, todas las provincias, pero no se capitalizo bien eso. Yo no tenía la menor idea de que Alejandro Toledo iba a ser presidente, además todavía no había elecciones, todo el periodo de Valentín Paniagua yo no sé qué me paso ahí, es cuando yo debería haberme quedado para gritar un poco y había la fortaleza como para hacerlo, era el momento, me siento un poco frustrado y con un poco de culpa”. Y se refiere al período en que tuvo que viajar fuera del Perú, pues su trabajo era ya conocido en diversos países del continente americano y parte de Europa: “Me fui porque tenía que trabajar, tenía que cumplir con unos pedidos para el Museo Guayasamin, entre ellos una gran escultura”. Pero la presencia de Delfín sería, definitivamente, importante en los próximos años. Dos presidentes de la república pensaron en él para conducir el camino de la creación del Ministerio de Cultura, entonces inexistente y, a la vez urgente, en la esfera social post dictadura: “Toledo asume la presidencia y uno de mis amigos que habían sido convocados por él me llama y me pide regresar al Perú porque Toledo había anunciado en París que me iba a dar un cargo en asuntos culturales y así fue que regresé para contribuir a esta primera etapa y dar mis aportes en materia de cultura”. Ya en el gobierno de Alan García, Delfín volvió a ser convocado para trabajar en la posibilidad cada vez más concreta de la creación del ministerio: “Aquí, en esta mesa de mi sala, se reunían los más importantes, como Benjamín Marticorena, Modesto Montoya, gente con mucho entusiasmo y con mucho criterio también, como periodistas, antropólogos, entre otros, y teníamos como finalidad contribuir a la creación del Ministerio de la Ciencia y la Cultura”. Hoy, con toda la corrupción que carcome en el poder, Delfín lamenta que estas iniciativas hayan sido afectadas por la imagen de los líderes políticos frente a la opinión pública, pero destaca que, al menos, haya un ministerio creado, aunque por un largo camino que transitar entre la defensa del patrimonio y el reto de la interculturalidad de un país como el nuestro. 
Sobre arte y artistas

A sus 90 años, Víctor Delfín tiene clarísimo que lo que todos definimos como arte y artistas no es una definición correcta: “No existen artistas, existen creadores. Los jóvenes, esta nueva generación, están creando. Yo mismo no sé si lo que hago es arte, no tengo la pretensión de que lo sea, sin querer he llegado a esto. Estaba convencido que mi vida iba ser la de un fanático de la pintura que adoraba a Van Gogh, a Picasso, pero nada más. De repente empieza aparecer eso que se llama fama, éxito, y aparece el dinero y aparece la lujuria, viajar, comer bien, beber buenos vinos e ir a los mejores restaurantes, se corrompe uno sin darse cuenta. Por eso yo hablo de creación, que es una palabra mágica, porque uno puede crear en un papel, puedes crear con un poco de plástico o unos tubos de plástico y darle forma, no necesitas solo óleo. Yo no sufro cuando no tengo una televisión, cojo un papel, cojo un cartón, cojo una madera, me gusta agarrar cualquier cosa, tengo todas las herramientas que necesito para crear. Ahora estoy trabajando con pastel –que nunca había usado- para probar, los resultados son maravillosos. Claro, el óleo es fundamental porque te enseña el principio y el dominio de la creación plástica, pero uno no se debe limitar”.  

Es natural, Víctor Delfín no ha parado ni para en su constante creación de formas, colores y transformaciones de objetos en arte. Para alguien como él, definir la creación es encasillarla en un concepto cuando, en realidad, de lo que siempre se ha tratado es de un acto de libertad y dedicación: “Ahora le preguntas a un joven que ha grabado ¿y pintas?, “no, yo soy especialista en grabado”. Leonardo se presentaba a un señor feudal y le decía: “¿Que quiere que la haga?, ¿una escultura?, ¿un retrato de su dama?, ¿alguna joya?, ¿un castillo?, ¿un puente?”. El asunto es estar acompañado de la creatividad y estarlo constantemente porque todo esto, el cine, la fotografía, las bellas artes, se trata de pasión, y la pasión define el proceso creativo. El resultado es lo que denominan arte”.

Víctor Delfín no ha parado ni para en su constante creación de formas, colores y transformaciones de objetos en arte.

Al terminar el diálogo con Delfín, me queda la sensación de haber sido parte de un proceso creativo propio. Conocer su respetable trayectoria, sus emociones, sus pasiones, esos grandes motores que han despertado su creatividad en un siglo de cambios, de grandes sucesos y luchas no permite sino entender y definir al artista como un testigo de su época, como el autor del retrato de lo que somos a través de sus ojos. Me despido de él y lo veo regresar a su mesa de trabajo, lo observo delinear, mientras su silueta se dibuja frente al horizonte del Pacífico limeño.