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Mujer, maravilla y poder

Una mirada a la Wonder Woman de Patty Jenkins

Publicado: 2017-06-12

Para quienes hemos crecido con la imagen de Lynda Carter girando para convertirse en la Mujer Maravilla (WW), fuerte como Hulk, pero delicada como una miss universo en la pasarela de la televisión, ver esta nueva versión de la mítica amazona que se empodera y reivindica al género femenino en la lucha contra el mal, supone un cúmulo de expectativas y temores. Es difícil quebrar el ícono de una WW que ha reescrito el anhelo de una feminidad poderosa en la mente de niñas y niños –hoy cuarentones-, hijos de la televisión.  

Salvar a la humanidad es la sentencia de todo héroe y, en el universo de DC Comics, de manera particular, estos están definitivamente vinculados a una característica más mesiánica que heroica. Una característica tormentosa en la que la condición humana y divina entran en conflicto constante, en la que la misión está atravesada por el miedo y los traumas.  

En la versión de Wonder Woman, de Patty Jenkins, Diana Prince es una heroína que se encuentra de cara con una humanidad que solo conoce en teoría. Es la amazona que vive en la mítica Themiscyra sin saber cuál es su verdadera misión hasta que la descubre tras la irrupción de un espía que cae por accidente en la isla escondida.  

A diferencia de otros superhéroes que crecen en la Tierra, Diana se topa con este mundo gris, en pleno conflicto, en la búsqueda de Ares, el dios de la guerra, para detenerlo, sin saber que en el camino al frente descubrirá que en toda guerra no hay buenos ni malos, sino víctimas inocentes. Y, sobre todo, descubre el amor a través del sufrimiento y la pérdida. 

Además, se trata de una heroína que, desde su condición de mujer, debe enfrentar el prejuicio de un mundo paralelo en el cual todo poder es masculino y para el que toda mujer es una simple colaboradora, aun cuando sea la propia artífice de las grandes ideas, como el caso de la doctora veneno, Maru. Una mujer que cubre la mitad de su rostro con una máscara que oculta una desgracia y que está confinada a ser la sombra de Ludendorff, el general nazi que recurre al ataque químico para evitar la firma del armisticio.  

Hay en el personaje de WW una cualidad peculiar en su misión y no es precisamente que nos centramos en el cuerpo ( aun cuando veamos a la hermosa Gal Gadot corriendo y elevándose como toda una guerrera, ni en el caso de Lynda Carter, que estaba más orientada a ser una sex symbol), sino que su gesta es divina y femenina, propiamente. Ella es la que reconoce el amor, es la imagen de la aguerrida mujer sans-culotte que lucha en la Revolución Francesa, es aquella que no se cede a la indiferencia y es capaz de retroceder para atender al desvalido. La imagen de la WW se eleva como aquel ícono de la patria, aquella mujer representada en toda la iconografía de las nuevas naciones americanas de mediados del siglo XIX, aquella que representaba la libertad y la nueva nación, la mujer-madre que engendra, alimenta y protege. La versión de Jenkins la despoja, afortunadamente, de los colores de la bandera estadounidense. 

La WW no es más que esa aproximación a la gesta mesiánica que tiene mucho del cristianismo, basada, a su vez, en la propia mitología griega. No se trata de un ser extraterrestre que llega a la Tierra para redimirla o salvarla, es una semidiosa, hija de un dios supremo y una humana que, a determinada edad debe iniciar su misión, su vida pública, aquella que es bien sabida por su propia madre y quien sabe, además, que ese momento llegará inevitablemente. La despedida entre Hippolyta y Diana es quizá la escena que marca esa humanidad y el amor que atraviesan a Diana en este primer contacto con el mundo y su misión de acabar con Ares.  

La película de Patty Jenkins es efectiva por estas razones. Logra mostrar a un personaje femenino que no brilla por ser precisamente una sexualización simplista de una mujer poderosa y exuberante, sino la de un personaje al que, además, empodera con una espada y un escudo, como si se tratase de uno de los personajes extraídos de la iconografía de principios del siglo XIX: la justicia, la guerra, la nación, etc.  

Por otro lado, los personajes que la acompañan son antihéroes, gente con sus propias historias decadentes y anhelos casi perdidos. No hay seres fornidos, ni mujeres que bien podrían continuar con la tradición guerrera de las amazonas, sino hombres distintos que la guerra ha arrastrado hacia el mismo punto. Y es en ellos en quienes ve a la humanidad en toda su esencia.  

Bien por Jenkins al hacer de WW un tránsito viable entre la idea de la vieja WW y el contexto en el que se presenta a esta nueva. Diana Prince es una nueva lectura de “Princesa Diana” [qué dulce coincidencia esta] para un Londres sombrío, gris y totalmente expuesto. Es la heroína que vive, se inmortaliza y que ha renunciado a una monarquía para elevarse como la salvadora de una humanidad en conflicto –casi inevitablemente- constante.  

Y sí, Gadot no tiene nada de Lynda [Carter], pero sí de bella y es, sin duda, la nueva Wonder Woman.


Escrito por

Kristhian Ayala Calderón

Comunicador social y profesor universitario. Magíster en Estudios Culturales. Jefe de comunicación corporativa. Historias urbanas.


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