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Avenida Larco: Rock para la memoria de una nueva generación

Un desfile por la avenida del rock y la nostalgia de una época para [no] olvidar

Publicado: 2017-05-01

Si existe una música popular peruana, esa debe incluir al rock en todas sus manifestaciones y desde todas las esferas y periferias de su ejecución. En el Perú, el rock ha tenido una historia particularmente social y peregrina. Ha pasado del clásico a la psicodelia y se asentó por décadas en la contestataria que hoy ha glorificado a sus viejos exponentes, ya sea de los subte, como de los que con suerte lanzaban un videoclip o se posicionaban en las radios. 

Si vemos Avenida Larco con una mirada nostálgica, “no comercial”, quizá pensemos que la selección musical pudo estar mejor y que, incluso el Suna, de Mar de Copas, pudo haber brillado más si no se le apagaba con los chispazos de las letras planas de PSV. Sin embargo, hay un efecto final que justifica esta rima forzada del guión y es esa necesidad del desahuevo mediante la memoria y la receta de todas las sangres que alguna vez escribió Arguedas, un definitivo carácter unificador que atraviesa la película.

Y, en verdad, el mayor mérito de esta adaptación, dirigida por Jorge Carmona del Solar, está en lograr la interpretación de un musical hecho para el teatro y obtener una historia integral de la “real historia” que ha tocado a los que hoy pisamos los cuarentas y que sentimos con sorpresa una emoción en una generación de veinteañeros que vibra, siente, se identifica, se conmueve y pregunta al final de la proyección. Una generación ajena al conflicto, ajena al miedo y al terror que nos tocó las fibras de la niñez y la adolescencia, acompañadas por un soundtrack únicamente impreso en el vinilo y el cassette.

Sobre esta base integradora, la película se mueve como quiere. El guión se desliza en temas que podrían hasta parecer forzados, pero que sencillamente obedecen a la necesidad de resaltar que los dilemas, propios de esta generación de millennials, ya los teníamos los que hacíamos de nuestras calles, esquinas, cuadernos, azoteas y garajes, nuestras redes sociales. Amores, desamores, soledad, compromiso social y rebeldía presentes en todas las letras de la historia de nuestra particular manera de hacer rock. 

Seamos claros, Avenida Larco es un musical, no un drama, no una comedia, ni ciencia ficción y respecto al tema de la violencia política no está a la altura de otras producciones hechas en los propios ochentas y noventas, o incluso de reciente factura. Como tal, este género fuerza algunos elementos que pueden jugar en contra del guión y de la propia actuación, por más que el reparto sea “el ya acostumbrado”. Detalles como las marchas juveniles, por ejemplo, no son del todo fidedignas a la época, pues había demasiada represión [máxime de las desapariciones bajo la inculpación de terrorismo a miles de inocentes] y no fue sino hasta los noventas, con la dictadura de Fujimori que los jóvenes volvieron a tomar las calles y la protesta social volvió a tener protagonismo político. Sin embargo, aceptemos que este y otros detalles –como la moderna casa de los Dulude que no tiene nada de ochentas en su arquitectura- son cuestiones poéticas que, repito, van a jugar a favor de un final efectivo.

Más allá del efecto comercial que tiene esta película para la productora, tratemos de desmenuzarla y rescatemos en ella un doble efecto en el público que la ve. Primero que es una película que maneja y logra sintonizar el lenguaje de los jóvenes de hoy con los de antes y, quiérase o no, intenta aproximar a los nuevos a ese tema que en el Perú las escuelas no tocan, en los hogares se ha dejado de contar por pereza o porque se pasa tan rápido la hoja y porque, además, no es escuchando a PSV o a Amén que podremos enseñarles qué tanto daño hizo el discurso de odio, la discriminación y la violencia política a este país y cuántos lograron abandonar el barco y cuántos sobrevivieron a la inundación. Sin embargo, genera una interrogante, un diálogo que abre caminos y suma a la necesidad de memoria en un lenguaje para una Lima ligera, la Lima del tuiteo y el selfie con Retrica. Segundo, que se inserte en el discurso de la memoria un mensaje de tolerancia y respeto por la diferencia, por la inclusión y la diversidad cultural que teje nuestra sociedad, en donde la periferia no es más un espacio peyorativo, sino una oportunidad hecha por el emprendimiento de millones de migrantes de la violencia, un éxodo que ha hecho una nueva Lima, “serrana, provinciana”, como dirían Los Mojarras, tan acertadamente incluidos en el discurso musical de la película, y la espléndida escena de esta característica migrante de la capital es bella, contundente y emotiva.

Veamos Avenida Larco con la satisfacción de no ver solo una letra de una canción emblemática de fines de los setenta [tiempo en que Lima vivía de espaldas al terrorismo y la violencia política que desangraba a Ayacucho] sino de partir de esa absurda condición “miraflorina” desintegradora de una avenida que hoy podría ser Pachacútec, Riva Agüero y Abancay, para adentrarnos en historias reales que están impregnadas en las letras del rock, del huayno, de los lamentos amazónicos que cantan las familias de los miles de inocentes desaparecidos y que están marcadas por un amanecer que siempre se pregunta ¿Dónde se fueron todos? ¿Dónde, dónde están? Nuestra gran pregunta como país.

Bonus track: Buenísima adaptación musical de Diego Dibós y trabajo coreográfico de Vania Masías. Excelentes cameos con los músicos originales y perturbadora la escena del “apagón general” con la hoz y el martillo en el cerro.


Escrito por

Kristhian Ayala Calderón

Comunicador social y profesor universitario. Magíster en Estudios Culturales. Jefe de comunicación corporativa. Historias urbanas.


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