Usualmente, cuando nos recuerdan los sucesos de la Guerra con Chile, suelen despertar revanchismos que, infelizmente, acaban por ocultar todo lo que implicó la postguerra a nivel social entre ambos países. En efecto, lo que una derrota como esa significó en la historia del Perú es un tema que poco o nada se debate en las escuelas y se resume a la consigna de odiar al país del sur. Sin embargo, casi no miramos la época de la Reconstrucción Nacional, la triste guerra civil entre Cáceres y Piérola, y la recomposición de la idea de patria que se consolida con la reincorporación de Tacna al Perú.  

Poco se enfatiza en la ocupación de Lima, entre enero de 1881 y octubre de 1883, en que la bandera de la estrella solitaria flameaba en el Palacio de Gobierno y en que la población de la capital peruana vivía en zozobra, con una inexistente vida social. Las puertas y ventanas permanecían cerradas y las novias se casaban de negro en señal de duelo por la pérdida de la guerra y la vida de miles de soldados y voluntarios que cayeron en las batallas de San Juan, Chorrillos y Miraflores. Algunos residentes extranjeros en Lima integraban las guardias urbanas para colaborar con el orden y evitar desmanes del invasor y levantamientos de la población.


Ocupación de Lima, 1881 – 1883. La bandera chilena flamea en Palacio de Gobierno. Fotografía desde la plazuela de Santo Domingo

Luego de tres años de ocupación, el autoproclamado presidente peruano Miguel Iglesias gestionó la firma del Tratado de Ancón para el abandono de las fuerzas chilenas de la capital, por el que tuvo que ceder las provincias de Tacna y Arica a Chile por un tiempo de 10 años desde la ratificación por ambos congresos, en 1884. La idea era que luego de ese tiempo un plebiscito en la población de ambas provincias determinaría a qué país pertenecerían. Acabado el tiempo, sin embargo, no se realizó ningún plebiscito y, por el contrario, se desplegó una campaña de “chilenización” en los pobladores con la finalidad de concientizarlos para, llegado el momento de decisión, determinaran su pertenencia a Chile. Esto melló en las relaciones diplomáticas y dio origen a una resistencia civil.


Tacna en 1880 y los típicos mojinetes, estilo de techo que también identifica a Moquegua y que permitía el ingreso de luz y aire a las viviendas.

Paseo cívico de Tacna en el siglo XIX.

Cuarenta y seis años después del Tratado de Ancón, el mentado plebiscito nunca se realizó y en su lugar tuvo que firmarse el Tratado de Lima, el 3 de junio de 1929, que solo conseguiría devolver Tacna al Perú. El acto se realizó el 28 de agosto de 1929 y en todo su proceso desde la promulgación del tratado por ambos países se restablecieron paulatinamente las funciones públicas y apareció el diario “La Patria”, mientras el diario chileno “El Pacífico” dejaba de circular. Cuenta la crónica de un periodista de “La Prensa” que la delegación peruana que se destacó para el acto oficial partió de Lima rumbo al muelle de Arica y fueron recibidos por una delegación de representantes chilenos y ariqueños peruanos, frente a lo que describió: “...pero había otros rostros, caras en las que se leía la angustia de no ser para ellos esta llegada, de no ser para ellos esta visita de redención. Sí, los hermanos de Arica” (Diario “La Prensa”. Lima, 27 de agosto de 1929).

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Una de las primeras procesiones de la bandera, después de 1929, por las calles tacneñas.

Para el Perú este pasaje histórico significa no solo la reafirmación y el culmen de la Reconstrucción Nacional tras la guerra, sino que representa aun más el anhelo de nación, esa comunidad imaginada –como la llamara Benedict Anderson- y que alentó a todas las naciones latinoamericanos después de la independencia de España. Un ideario que aún no ha podido concretarse, pero que al colocarnos frente al orgullo, la algarabía y el amor por aquella bandera que sale en procesión, desde 1929, por las calles de Tacna, nos devuelve la esperanza en un país que aprenda finalmente de su historia y piense en todas y en todos los que integran cada rincón y cada frontera. 


años 50. Antiguo Paseo Cívico de Tacna sin el típico arco al centro.

Tacna es ese pedazo de nación, de comunidad, donde el sentimiento de pertenencia a un mismo seno se hace posible más allá del desánimo y la desesperanza en políticas exclusivas. La actitud patriótica del pueblo tacneño durante todo el tiempo que duró la administración chilena es un interesante aspecto en la historia donde podemos parar y recordar sin dolor y sin revancha. Pero, además, es la reescritura histórica de miles de familias que, más allá de las fronteras, aún conservan lazos de sangre y hermandad entre peruanos y chilenos, jóvenes chilenos que recuerdan a los abuelos peruanos de esta parte e hijos chilenos de matrimonios tacneños. El intercambio cultural que hoy goza la región de Tacna y Arica es un lazo que ni la guerra, ni la política, han podido arrancar, pues está elaborado por miles de historias tan íntimas y necesarias que –afortunadamente- no parece acabar.