1984, la primaria, el Perú de los 80's y una visión de la vida propia de quienes ignorábamos cómo el país se desangraba por dentro (ignorábamos lo que era desangrarse). En medio del deseo de sentirse grandes y ser poderosos, la radio nos transportaba, nos elevaba y alimentaba nuestras ilusiones infantiles sobre el amor, el desamor y las pasiones (aún prohibidas). Fue el año en que, movido por esta ilusión, rompí mi alcancía (una de plástico de Naranjito, símbolo de esa España 82, nuestro último mundial) y compré mi long play de Soda Stereo.

La música de Soda apareció en nuestras vidas infantiles como un gran deseo de ser como nuestros hermanos mayores, besar a la novia y bailar con ella toda la noche en las fiestas del barrio (las que solo podías ver por las ventanas y empinado cuando eras un chibolo aspirante). La imagen de Gustavo, Zeta y Charly con aquellas melenas engominadas y ese look gótico extraído del new wave nos entraba directamente a la vena rockera que, entonces, se movía entre las grandes presentaciones del coliseo Amauta y los piquetes subterráneos en Wilson y Quilca.

Soda y la voz de Gustavo Cerati unieron perfectamente a unos y otros tras una letra y una música plenamente convergente. Con mi LP en mano me sentía poderoso en medio de la chibolada. Sentir el olor del vinilo y el cartón cada vez que abría un disco era mucho más placentero si era el disco de Soda. Aun mocoso e inexperto, a los 9 años mi vida ya tenía un soundtrack y era Soda de Cerati la que me transportaba a una adultez sin riesgos. No quería cantar como Cerati, no quería ser un rockstar latino, solo quería que esas letras que aún no entendía del todo se convirtieran en mi propia vida, mis propios textos dedicados, exhalados o gritados a alguien.

El primer beso, el primer sexo, la primera desilusión, el primer desamor, la primera rabia, la primera decisión, el primer pensamiento oscuro, la vida en la universidad, todo tenía la voz de Gustavo Cerati impregnada. Y aun hoy, mirando atrás, la tiene.

Cuando, infelizmente, le perdí el rastro a Soda tras el maravilloso "Comfort y música para volar", mi mejor amigo me rescató de algunos muladares musicales y me colocó al frente de Cerati en un concierto en el que me sentí atravesado por ese deseo trunco de nunca haber ido a un concierto de Soda en Lima y verlo finalmente, tan cerca, mostrando su talento en letras que llegaban claras, limpias y sin necesidad de coro. Dos veces más perseguimos los conciertos de Cerati, conciertos de patio trasero con tan poca gente que no nos importaba, era como plasmar finalmente el deseo de tener a tu ídolo en medio del jardín de tu jato, (en)cantando.

Pasaron algunos años más para que, en 2008, luego de 30 años transcurridos y dos generaciones fusionadas en su música, Cerati vuelva al Perú, esta vez con Soda Stereo. Para quienes solo veíamos los videos del mítico concierto en el Amauta, verlos finalmente en el Estadio Nacional de Lima era todo, tres décadas resumidas en una noche espectacular, donde la tecnología solo hacía eco de esa capacidad de elevar 40 mil almas a la felicidad de casi 3 horas.

Pero Cerati durmió y no volvió a abrir los ojos. Durante 4 años dejó de mirar al hombre que somos e inspirar más letras y música. El juego de seducción, el trato suave, el rito, el zoom, el karaoke... todo se detuvo en el tiempo, como si nos siguiera cantando y contando desde su profundo sueño. 

¿Qué habrás soñado, Gustavo? ¿En qué horizonte te perdiste y qué personajes conociste? ¿Qué te ató a ese universo que te quitó las ganas de volver? Debió haber sido algo maravilloso, tan maravilloso que preferiste no contarnos de qué se trataba (o quizá está cifrado en tus letras). Bello rockero, recuérdanos solo tu letra, pues "te llevamos para que nos lleves". Ahí nos vemos.