Los tiempos cambian y las contradicciones aparecen. Se ha dicho casi de todo, bien o mal, respecto a Magaly Medina; aun cuando en el pasado su figura no hubiese ocupado ni un solo ápice de las portadas de diarios 'serios' (si no fuera para criticar su estilo); aun cuando nadie la hubiese vislumbrado como la estrella de un canal de televisión; y, contra todo pronóstico, el fenómeno MM se consolidó en la sociedad peruana y halló en los 2000's la época de oro de un periodismo de espectáculos que perfiló el star-system local y lo convirtió en un aparato que desplazó, por más de una década, cualquier reality, novela, serie que osara competir en su horario prime: la industria del chismorreo y la miseria humana en sus niveles más altos e inimaginables se volvió el mejor negocio periodístico.

Y el público asintió, permitió, saboreó cada uno de sus 'ampay', cada uno de sus escandaletes azuzados en contra de la intimidad y la dignidad humana, ultrapasando los límites del error público y ondeando la bandera del 'periodismo' como escudo ante cualquier cuestionamiento. La teleaudiencia reclamaba, se indignaba, odiaba a la Medina y aun con todo la llegaba a amar. Hubo, incluso, situaciones en las que, tras el vapuleo moral, el rating le favoreció de manera contundente. El público llegó a alimentarla de morbo, a ponerla linda, bella, aceptable. El público la ensalzó y la coronó, mientras otros intentos caían en menos de un mes y desaparecían en el olvido.

Afortunadamente, como el periodismo es fuente y memoria, nos permite recordar lo que Magaly Medina escribiría desde su columna de espectáculos en Oiga, allá por los comienzos de los noventas. La columna de la Medina era un 'respiro' en medio del corte político de la revista y, en ocasiones, su ejercicio particular del periodismo de espectáculos se traducía en comentarios sobre estilo, peinado, vestido de las presentadoras de televisión. Feliz o no con esto, Magaly expresaba su rechazo -léase bien- al periodismo de escándalos y develación de la vida privada, más allá de los límites éticos de la prensa, los cuales parecía conocer bien entonces: 

"...pienso que las personas que actúan frente a cámaras están expuestas a la crítica y mal hacen quienes no las aceptan. A diferencia de otros, los comentarios vertidos en esta columna siempre se refieren únicamente al desempeño profesional de las personas, más los chismes y comidillas que puede generar la vida personal de cada quien no me incumben ni me interesan, para ello hay un periodismo que se encarga y vive de eso". (Oiga, 16 de diciembre de 1991)

Y vaya que después supo bien cuál era el negocio. Pero esto no es lo que nos sorprende en la regresión a los 90's de Magaly. Leamos a continuación lo que enfatizaba respecto a los límites, los recursos y la inmundicia en la TV:

"...todo tiene sus límites y quienes se escudan en la libertad de expresión para asestar golpes bajos y llenar de inmundicia la pantalla de TV o las hojas de un periódico no merecen ningún respeto..."  (Oiga, 16 de diciembre de 1991)

Cuántas décadas pasaron y estas líneas continuaron refundidas entre el olvido y la ironía de un destino en el que cada vez adquieren más importancia si miramos la trayectoria de la periodista. Cuando en el año 2001 se publicó el libro "El periodismo cultural y el de espectáculos. Trayectoria en la prensa escrita. Lima, siglos XIX y XX", la Sra. Medina recibió ingenuamente un ejemplar en el que se citaban estos fragmentos de lo escrito en Oiga. Fiel a su estilo, y ya consolidada como la impermeable y temida figura de la TV, Medina arremetió contra la publicación y sus autores en vivo (acaso conociendo la rigurosidad histórica de un trabajo de investigación académica), dedicando unos agradables minutos de su programa. Sin embargo, el libro aún cumplió su función hasta la fecha y permanece en las bibliotecas y forma parte de las citas de otros trabajos relacionados. 

Hoy, MM vuelve a la televisión, luego de su paso por la radio y después de atravesar experiencias que la han confrontado con la realidad más allá del negocio y la industria de los golpes bajos y la inmundicia -como ella misma la llamara en Oiga-, conoció la denuncia, la cárcel y la ingratitud de un rating que finalmente le dio la espalda. Y, sin embargo, dejó un mal no menor en la televisión que desperdigó el mismo formato en horarios familiares y sin reparo alguno contra la protección del menor. Programas y secciones de espectáculos que han plagado la televisión, atravesado toda su programación y ocupado gran parte de los serios informativos de los domingos, cuando no del propio tema cotidiano de la esquina, el mercado, la mesa familiar o el restaurant. 

Quizá sea tiempo de reencontrar la esencia; quizá, a estas alturas, MM sienta que ya no debe saber más de la vida que ya vivió, pero -sin duda- una oportuna vista a la contradicción y a la historia no le haga mal. El periodismo de espectáculos no tiene la obligación de continuar siendo lo que es, así sea lo mismo en Londres, Santiago o Madrid. No olvidemos que el espectáculo también es cultura y entretenimiento (y este no es un discurso intelectualoide). Luego de tantos años de violencia, corrupción e inseguridad social, es tiempo de encontrar cosas positivas y el espectáculo debe proveernos de eso que va más allá de la burla, el chisme o el humor barato. Es tiempo de evolucionar. Ojalá MM lo sepa y entienda esta responsabilidad. Ojalá.