#ElPerúQueQueremos

La (in)justicia muda

Una mirada al poder, la mentira y la corruptela en “El mudo”

Publicado: 2014-06-06

El tiempo pasa y la verdad que huye. Una frase que acompaña un instante de la película y que bien podría resumir esta idea de justicia y corrupción en el postmoderno escenario limeño. La última entrega de los hermanos Daniel y Diego Vega es una mirada a la administración de justicia en el Perú a partir de sus consecuencias y, en este ir y venir, nos muestra la vida del juez Constantino Zegarra, un magistrado que, siguiendo la tradición familiar, procura ejercer el Derecho Penal con una gran probidad. Sin embargo, no siempre acaba siendo justo. 

Guiado y empoderado por sus pasiones, Constantino procura administrar justicia con el pleno conocimiento de sus decisiones. Pero, también, es consciente de que esta responsabilidad le da un gran poder por encima de la verdad y la mentira. Es capaz de “meter preso” a más de uno, con la sola intuición, antipatía o ensañamiento. Y, con todo el peso de la ética y la moral social, Constantino tiene que lidiar con una vida personal aparentemente estable, aunque guarde sus propios y oscuros secretos. Es cuando sus peores miedos lo desestabilizan, pero no es sino hasta que este le salta en la cara que se sumerge inevitablemente en el propio mundo incierto de las “víctimas” de la justicia. Así, mudo, presa de la venganza e incapacitado de sindicar culpables, emprende la búsqueda de la verdad, protagonizando e intentando resolver su mismo caso, de la mano de una autoridad policial tan corrupta como ineficiente.

La causa de Constantino es, de esta manera, el calvario que le toca vivir como magistrado (además depuesto de sus funciones y confinado a un juzgado más lejano), en pos de la justicia que quizá no exista para él y dónde la verdad no se hace visible en medio de espejismos y absurdas persecuciones. Y entonces hay que recurrir a la culpa del más débil (o del menos complicado) que es como Constantino se aferra a la idea de encontrar al culpable de su mudez, a costa de llevar a su propia familia al borde de la crisis.

La película de los Vega nos muestra una Lima de modernidad frustrada, donde la administración de justicia es tan arcaica, vetusta, desordenada, esquiva y donde conceptos como ciudadanía se deslizan en manos de la corruptela y la decisión de unos pocos. No hay en ella un discurso moralista, puesto que El Mudo es una película llena de consecuencias y es sobre ellas que se descubre el inevitable festín de los secretos y los reveses de una sociedad donde la justicia no solo es ciega, sino muda, incapaz de hablar por el más desvalido; aun cuando poderosas imágenes como la entonación multitudinaria del himno nacional en un partido de fútbol o el rezo colectivo de un padrenuestro en el patio del colegio pretendan afirmar el discurso de nación y comunidad.

“El mudo” no es una película de pretensiones disforzadas. Grandes tiempos visuales y diálogos precisos promueven el excelente trabajo de Fernando Bacilio, como el de Norka Ramírez y el buen elenco que los acompaña. Los hermanos Vega nos muestran una Lima, en su mayoría de planos cerrados, con una modernidad ausente, estática en el tiempo y sin mañana. La desesperanza parece apoderarse de sus protagonistas, pero la única salida que encuentran es entregarse a la sinfonía y a la danza de una sociedad imposible, resignados, cómplices y víctimas de lo inevitable, como lo reza aquella frase de Ney Matogrosso: “si corres el mal te alcanza y si paras te come”, que es lo que finalmente nos vuelve parte del sistema.


Escrito por

Kristhian Ayala Calderón

Comunicador social y profesor universitario. Magíster en Estudios Culturales. Jefe de comunicación corporativa. Historias urbanas.


Publicado en

Solo por escribir

Sin miedo a la página en blanco